La Humildad

Rogelio Aros Guzmán
La Humildad

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La Humildad

Rogelio Aros Guzmán

La humildad es un valor humano universal hermoso, pues es todo lo contrario a la soberbia, la prepotencia, o la arrogancia.

La humildad es una palabra que deriva del vocablo latín “humillitas”, que significa “de abajo” o “de la tierra”, de tal forma que quien es humilde nunca “pierde el piso” por el hecho de tener dinero, poder político, o bienes de cualquier tipo.

A la palabra humildad se le utiliza también de manera desatinada para definir la pobreza o la miseria, empero, como valor humano universal no es ése el significado adecuado, ya que la humildad es una virtud humana que se puede poseer y practicar independientemente de las posesiones. Es decir, hay pobres que son humildes y pobres que no lo son. Hay ricos que son humildes y ricos que tampoco lo son. 

Se puede ser humilde desde la riqueza o desde la pobreza, porque la humildad consiste en no sentirse superior a las demás personas, el no ser egoísta, el no ser soberbio, el no ser prepotente ni presuntuoso, el no abusar del poder, y el no ser arrogante. El ser humilde es, en suma, sentirse igual a todas las personas, independientemente de sus circunstancias o diferencias.

La humildad enaltece a las personas que la practican, de tal modo que este valor universal es una manera de mantenerse en el plano terrenal de manera permanente. El que es humilde es ecuánime en la derrota y respetuoso o mesurado en la victoria. La humildad busca que las personas se superen no en el ánimo de sentirse superiores a las y los demás, sino que su acenso al poder, a la fama o a la obtención de bienes materiales -si ese es su deseo o plan de vida- lleve impregnado el beneficio social y el bienestar de la comunidad. Se debe buscar ser miembro destacado de la sociedad para bien de ésta y no exclusivamente para sí mismo. Se debe ser un ejemplo a seguir en todos los sentidos. Esa es la humildad.

  La humildad permite a las personas percatarse de sus yerros o fracasos, para que puedan intentar de nuevo y lograr superarlos. Por el contrario, la soberbia no permite al ser humano darse cuenta de sus errores y debido a eso, el soberbio siempre vive en el error, pues practica el mencionado antivalor de manera recurrente.

La soberbia -pecado indiscutible-, es un antivalor de frecuente presencia entre las personas, y donde más afecta es entre aquellos que se desempeñan en la administración pública, porque a pesar de saber que ciertas medidas que impulsan y desarrollan son perjudiciales para el pueblo, se empecinan en seguir realizándolas independientemente de sus funestos resultados para la comunidad. La soberbia construye un dique de enormes proporciones entre el razonamiento y la sinrazón. Es letalmente perjudicial para las organizaciones, para la familia, para la sociedad, y desde luego para el gobierno. Por lo contrario, la humildad como anotamos, da la claridad para entender lo que es bueno y lo que es malo para actuar en consecuencia, inclusive permite reconocer errores y enmendar el camino.

Por eso es tan importante que desde el espacio de acción en nuestra comunidad practiquemos el valor de la humildad; al hacerlo estaremos perfeccionándonos como seres humanos; estaremos contribuyendo de manera activa para la obtención de los anhelos humanos; y estaremos impulsando el desarrollo de la humanidad para encaminarnos a la superación social.

La humildad vivifica y eleva al ser humano a estados de conciencia y bienestar necesarios para su armonía física y mental. La prepotencia, la arrogancia y la soberbia, son antivalores cuya presencia degrada al ser humano, lo envilece, lo vuelve rastrero, y lo condena a la infelicidad, aunque él o la practicante de este antivalor supongan erróneamente lo contrario. Por eso, estimada y estimado lector, es tan importante que hagamos un análisis hacia nuestro interior y nos demos cuenta de si somos verdaderamente personas humildes, o, bien, seres soberbios. Si nos constituimos como activos de nuestra comunidad, o somos carga social negativa. 

Las lecciones de los grandes maestros que se han quedado para siempre, deben constituir verdaderas enseñanzas y patrones de conducta, porque definitivamente la humildad es parte del bien de la humanidad, y la soberbia y sus derivados, son parte del mal que aqueja a los humanos y al mundo. La humildad posee carga positiva, la soberbia, negativa.

Como dijera Santa Teresa: “El egoísmo ciega y nos cierra el horizonte de los demás; la humildad abre constantemente camino a la caridad en detalles prácticos y concretos de servicio. Este espíritu alegre, de apertura a los demás, y de disponibilidad, es capaz de transformar cualquier ambiente. La caridad cala, como el agua en la grieta de la piedra, y acaba por romper la resistencia más dura”. 

Sea humilde y verá que esa felicidad que busca aparecerá poco a poco como por acto de magia, especialmente si es usted soberbio, egoísta, prepotente, abusivo, arrogante o presuntuoso. Siempre hay tiempo para el arrepentimiento y el cambio de rumbo. La práctica de la humildad trae consigo la felicidad.



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