Caos

Caos

Es difícil establecer con precisión el número de vehículos automotores que circulan actualmente en Tijuana, pero los problemas cotidianos de tránsito nos permiten saber que hay muchos más de los que soportan sus calles y avenidas.

La falta de un transporte eficiente ha obligado a los residentes de esta ciudad a conseguir un automóvil, algunos los adquieren legalmente y muchos otros han optado por uno irregular.

Según el Reporte Nacional de Movilidad Urbana en México, estudio realizado por la ONU, el parque vehicular de Tijuana creció en 500 por ciento durante los primeros diez años del presente siglo.  Para 2017, la estimación era de medio millón de vehículos registrados en el padrón, cifra a la que hay que sumarle los miles de autos “chocolate”, de los que pronto habrá más como resultado del programa de regularización.  

Inmediatamente después de la violencia, la crisis de movilidad encabeza la lista de calamidades que sufre Tijuana.  Un desafío que solo se puede enfrentar con voluntad, planificación y recursos, tres factores que nunca se han presentado juntos en esta ciudad.

Como todo lo que toca la política, la planeación urbana ha estado siempre supeditada a los intereses electorales del momento, de ahí que la ciudad haya crecido sin orden.  El poder de los concesionarios doblega habitualmente los intentos de mejora del transporte; los ayuntamientos apenas si alcanzan a tapar algunos baches y la inversión federal y estatal no llega, ni llegará, en los montos que la ciudad requiere.

La construcción de una vialidad elevada, que conectará la avenida Internacional con el boulevard Aeropuerto, tendrá sin duda un impacto positivo en el tránsito vehicular, aunque para el día que la terminen seguramente será insuficiente, ante el tamaño del problema.  Sería necesario construir varias más y continuar con la modernización del transporte, pero decidieron construir un tren en Yucatán, un aeropuerto en el Estado de México y una refinería en Tabasco, así que Baja California tendrá que seguir esperando, hasta que el caos nos rebase.

Ante esta realidad, las autoridades locales podrían aprovechar los conocimientos de expertos en ingeniería vial y modificar avenidas y cruceros conflictivos, sincronizar semáforos, poner énfasis en la señalización y capacitar a los agentes de tránsito, para empezar.  Ponerle interés al tema, tomar decisiones y hacer el intento, aparte de sugerir que salgamos más temprano de nuestras casas para no llegar tarde al trabajo.

En días recientes, desde que Estados Unidos reabrió la frontera a los cruces no esenciales, las largas filas paralizan el tránsito en la Zona Río, Otay y la Vía Rápida, que de rápida ya poco tiene.  

Los efectos de este problema van más allá de las molestias para los automovilistas y la erosión paulatina de la paciencia y la tolerancia.  Tiempo valioso se desperdicia a bordo de los automóviles, aumenta la contaminación del aire y se reduce la productividad.   Se pierde calidad de vida. 



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