EL SABIO Y EL NECIO
En las Sagradas Escrituras quedó plasmada la sabia ilustración de Jesús de
Nazaret sobre dos casas y dos fundamentos distintos: la edificación del sabio y la
del necio. El primero edificó sobre la peña, dándole a su casa garantía de firmeza,
resistencia y solidez. El necio, por su parte, edificó sobre la arena, llevando a cabo
un trabajo que implicó menos esfuerzo, pero que nunca tuvo garantía de
permanencia ni durabilidad.
La prueba a la firmeza de la casa vino con el descenso de las fuertes lluvias, el
azote de los vientos y el desbordamiento de los ríos que azotaron con ímpetu las
dos casas. La del necio se derrumbó, se vino abajo fácilmente; la del sabio no
cayó, porque tenía su base sobre la roca (Mateo 7:26-27).
Como puede verse en el texto bíblico antes mencionado, los embates de la
naturaleza contra las dos casas fueron al mismo tiempo y con la misma intensidad
y duración. No fueron más benévolos los vientos y las lluvias con la casa del
sabio, como alguno pudiera pensar. Esta edificación resistió el temporal gracias a
la resistencia de su cimiento, y no porque el azote de la naturaleza haya golpeado
con menos furia esta casa.
Edificar sobre la roca implica oír, escuchar y atender puntualmente las palabras de
Cristo, algo que no todo mundo hace, a pesar de que, en tiempo de dispensación
apostólica, Dios pone al alcance de los hombres su palabra revelada.
A diferencia de la actitud de la mayoría de los seres humanos, los fieles de la
Iglesia La Luz del Mundo escuchan diariamente la palabra de Dios, incluso en la
presente crisis sanitaria, en la que siguen celebrándose las oraciones diarias en
los hogares de los miembros de esta comunidad, esparcidos en 60 países del
mundo.
Estas reuniones dejaron de efectuarse en los templos desde el pasado 16 de
marzo, atendiendo las recomendaciones de las autoridades de Salud, y como un
acto de “responsabilidad y solidaridad social”, cuyo único propósito es impedir la
propagación del letal virus.
El discípulo de Cristo fundamenta su fe en la roca, sin temer a la impetuosidad de
las tempestades, que son las adversidades que se presentan en diferentes
momentos de la vida. Cuando la fe es sólida, el cristiano no se aparta ni un ápice
de sus convicciones fundamentales, aunque surjan voces que traten de apartarlo,
o que aseguren que la fe en la Iglesia se está derrumbando.
Sobe el tema, el apóstol Pablo preguntaba a los miembros de la Iglesia
establecidos en Roma: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” La sabia
respuesta de Pablo a su pregunta es la de un hombre seguro de sus convicciones:
“…estoy SEGURO de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro (Romanos 8:35-39).
La parábola sobre el sabio y el necio es de gran utilidad para comprender también
por qué razón la fe de algunos se derrumba en circunstancias difíciles. Un
cimiento fuerte lo soporta todo, el débil sucumbe cuando llega el mal tiempo. Es
entonces cuando los aguaceros, vientos y desbordamientos evidencian la mala
calidad de la edificación: deficiencias que van de grietas y fisuras en las paredes,
trabes y columnas cuarteadas, pisos desnivelados, hasta el lamentable derrumbe
de la casa.
Lo mismo sucede cuando la fe del cristiano no es genuina; evidencia fluctuación y
el riesgo de que cualquier viento de doctrina o de calumnia arrastre certezas,
sentimientos y principios.
Vivimos tiempos difíciles, de adversidad y prueba, por el azote del Covid-19, por el
golpe del virus a la economía de todos los pueblos del mundo, incluidas las
economías más poderosas de la tierra. Sin embargo, en esta adversidad tenemos
que demostrar fortaleza mientras que otros se derrumban por el actual estado de
cosas.
Cuando arrecien los vientos, lo primero que debemos entender es que la
adversidad es la forma que Dios emplea para probar la obra de nuestras manos, y
ver la resistencia de ella. Si se multiplican los males porque al letal virus se añade
un temblor inesperado, o porque llegan hasta nuestro territorio las arenas del
Sahara, lo importante es que resuene intensa en nuestra mente la enseñanza
bíblica que nos alienta a ser edificados en la roca, no sobre la arena.
Lo importante es tener la convicción de que sólo existe un fundamento seguro:
Jesucristo, justificado con el Espíritu, predicado por los apóstoles, visto de los
ángeles, creído en el mundo, recibido en gloria. Todo lo demás es arena,
fragilidad, debilidad, inconsistencia.
Twitter: @armayacastro