IRREMPLAZABLE

Hasta hace algunos años, la Iglesia numéricamente mayoritaria proclamaba el carácter vitalicio del pontífice romano, máximo representante de esa institución. Sin embargo, a partir del 28 de febrero de 2013, fecha en que Benedicto XVI renuncia voluntariamente al papado, la “vitalicialidad” del cargo en cuestión ha venido a menos en el catolicismo. 

La histórica decisión del alemán Joseph Ratzinger vino acompañada de un cambio de timón y de reformas que, desde el inicio de su pontificado, emprendiera el argentino Jorge Mario Bergoglio, elegido papa con el nombre de Francisco, el 13 de marzo de 2013. 

Por cambio de timón se entiende un cambio en el rumbo de las cosas, motivado, en algunos de los casos, por las situaciones que se presentan al interior de las instituciones, y que por razones de imagen y estabilidad no son convenientes para la imagen y marcha de la institución.     

 Los cambios de timón en las instituciones humanas, así como en las religiosas que están acostumbradas a sustituir, remplazar y cambiar a sus líderes, se realizan regularmente por presiones internas o por demandas mediáticas externas.  

Con este tipo de cambios se busca salir de alguna determinada crisis, o corregir algo que está mal y que puede conducir al fracaso. Se dice entonces que soplan vientos de cambio, de reestructuración, de replantear los objetivos, etcétera. 

No sucede lo mismo en la Iglesia fundada por Jesucristo, en donde la elección de Dios establece para bienestar espiritual de la Iglesia el Apostolado, un ministerio absolutamente necesario para el crecimiento, unidad y funcionalidad de la Iglesia. 

De acuerdo con la doctrina que profesa y practica La Luz del Mundo, que tiene fundamento en las Sagradas Escrituras, el ministerio apostólico lo otorga directamente Dios, no los miembros de la Iglesia ni el Cuerpo Ministerial, integrado por los ministros en sus diferentes grados. 

En esta Iglesia, la persona elegida por Dios para el ejercicio del Apostolado es irremplazable. Su función de gobierno espiritual es vitalicia sin salvedad alguna, y ésta se deriva de la voluntad soberana de Dios. No emana de la vía dinástica, como ocurre, por ejemplo, en la monarquía británica, donde la corona se hereda sin ningún problema de padres a hijos.     

Bíblicamente el apostolado es un ministerio intransferible e intransmisible. No puede ser transmitido por ninguna vía posible o disponible, ni transferido por la persona que lo recibe, ni por su familia, ni por los fieles, ni por aquellos que tienen alguna responsabilidad de gobierno específico al interior de la comunidad. Lo otorga Dios, y cesa únicamente cuando el titular del mismo deja de existir por voluntad divina.   

El apostolado no se recibe por línea sucesoria, ni por votación del pueblo o de los ministros de la Iglesia, sino por la soberana voluntad de Dios, quien elige al que Él quiere, para lo que Él quiere, y cuando Él quiere.  

Debe señalarse, además, que La Luz del Mundo no está atravesando por una crisis, como aseguran sus detractores, movidos a veces por el rencor, otras por la envidia y en no pocas ocasiones por ignorar la realidad de la institución. No hay crisis en la Iglesia ni se encuentra cerca de experimentarla. Lo que sí existe es el interés de inventarle una crisis, señalando que hay obispos insatisfechos que buscan una Iglesia más institucional. 

La mejor prueba de que no existe tal insatisfacción es que este domingo 20 de septiembre, los integrantes del Consejo de Obispos reiteraron su adhesión al ministerio del apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García. En el mismo acto, patentizaron también su confianza en la honorabilidad e inocencia de su máximo guía espiritual, como lo hicieron también los integrantes del Cuerpo Ministerial de Colombia, El Salvador y España, y como seguramente en breve lo harán los ministros de los demás países en que la Iglesia tiene presencia.     

La realidad de La Luz del Mundo es que sus fieles y ministros trabajan como siempre y crecen como nunca, demostrando que la Iglesia no experimenta ningún tipo de crisis, ni por la pandemia del coronavirus ni por ninguna otra situación. Ninguno de ellos se distrae por los dichos de quienes aseguran, sin poder probarlo, que en la comunidad existe una “familia real” cuyos integrantes reciben títulos de nobleza, los cuales están prohibidos por el artículo 12 constitucional, un ordenamiento jurídico que la Iglesia respeta, como respeta también las demás normas de nuestra Carta Magna.  

Twitter: @armayacastro



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