Por la espiral

España: investidura incendiaria

En los últimos cuatro años, España ha tenido cuatro elecciones generales en las que Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español  (PSOE) ha ganado las últimas dos elecciones sin poder investirse cómodamente en el Congreso.

            Este fin de semana aconteció una nueva batalla infernal en el hemiciclo situado en Carrera de San Jerónimo en la que Sánchez ha intentado salir investido por mayoría absoluta y lo que ha conseguido es nuevamente estrellarse contra una dura realidad de la política española: un Congreso dividido en el que se ha roto el consenso del bipartidismo, se ha dado paso a la representación de nuevas fuerzas políticas y muchas que antes no conseguían escaño nacional ahora lo tienen.

            El rostro de la política ibérica está deformado por la ausencia de entendimiento, el diálogo nacional roto orbita en el eje de la pulverización y de la crispación.

            Muy lejos quedan atrás los tiempos de los debates inteligentes, de las legislaturas presididas entonces por Felipe González, el añejo líder socialista que gobernó desde 1982 a 1996, acaso uno de los políticos pilares más relevantes de la democracia ibérica.

            Y parecen años luz. Los tiempos convulsos actuales son producto de la descomposición social y la pérdida de derechos en un Estado benefactor que permitió empoderar a una clase media que se vio beneficiada por dejar la dictadura de Francisco Franco.

            Ahora hay gente descontenta, irritada, llena de deudas  y experimentan una cierta orfandad  y un desapego hacia la política nacional, primordialmente hacia sus representantes.

            El resultado ha sido un voto de castigo fragmentado  en partidos equidistantes aupando el surgimiento de fuerzas de ultraizquierda y de ultraderecha y el fortalecimiento de muchos partidos localistas pero con criterios independentistas.

            Hay una carencia de identidad nacional aprovechada siempre por quienes intentan llenar de burbujas de odio el caldero, inflamando nacionalismos que solo sirven para mover el buche. Mucho ruido y pocas nueces.

            A Sánchez, rechazado para ser presidente por mayoría absoluta, le han reventado todas las burbujas este fin de semana de espectáculo deprimente de la política ibérica.  Se ha perdido nivel en el debate, en la capacidad  intelectual, se nota ausencia de facultades para construir un diálogo marco sin que persista el chantaje y la manipulación.

            Ya lo dijo Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el partido independentista que ha pactado con Sánchez abstenerse durante la investidura “sino hay mesa, no hay legislatura”.

            ERC quiere orillar al nuevo gobierno  a darle mayores concesiones para favorecer sus intereses independentistas, para Sánchez implica prácticamente venderle su alma al diablo.

            Sin ese apoyo sería imposible que saliese investido ya lo intentó el día de ayer domingo por la vía de la mayoría absoluta -más de 175 votos- y solo ha conseguido  166 a favor contra 165 noes y 18 abstenciones; lo volverá a pretender este martes 7 de enero, esta vez solo necesita la mayoría simple, esto es más votos a favor que en contra.

A COLACIÓN

            A veces parece que la democracia, como la guerra, es un juego de niños o más bien una oscura red de intereses en la que como decía Max Weber lo que prevalece es una lucha en la selección de los gobernantes.

            En España, a Sánchez se le acusa de su “ambición” desmedida para llegar a la Moncloa él se defiende señalando que dos veces ha sido elegido en las urnas, la primera vez le votaron 7.5 millones de electores y la segunda, el pasado noviembre 6.7 millones.

            Con toda razón esgrime que debe gobernar, el problema es que una democracia parlamentaria debe pasar por el cedazo del Congreso y tener allí los votos, en escaños, necesarios para que la voluntad mayoritaria de las urnas sea cumplida. Y allí España está floja de tuercas porque la fragmentación política y el canibalismo partidista ha hecho que cada quién vea por sus propios intereses. 

 


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