Perspectiva
Me senté frente a él, en el sillón color naranja que fue en otros tiempos mi preferido, dónde pasaba mi tiempo libre leyendo y haciendo crucigramas, hoy no es que no lo sea, pero en mi vida se acabó el tiempo para leer y ni qué decir de hacer crucigramas. El punto es que –prosigo-- me senté frente a él y lo miré fijamente, como pidiéndole permiso para lo que ambos sabíamos sobrevendría.
Sin dramas, me dije. Es un momento triste y pasa pronto. Y así fue, una vez iniciado el proceso ya no paré, fui brusca, descuidada, atrabancada, diría mi madre. Terminé más rápido de lo que creía y en menos de una hora lo desnudé.
El hermoso árbol lleno de brillos multicolores, había quedado expuesto en toda su vulnerabilidad. Desprovisto de los rojos y los dorados que lo cubrían, el verde seco de sus hojas mostró su decrepitud y me llenó el alma de ternura vieja. Cómo los árboles de navidad de mi infancia, se acababa la navidad cuando se sacaba el árbol.
Lo arrastré hasta el patio de enfrente y lo mal acomodé para luego decidir sobre su destino. Obviamente no sería el camión de la basura, pero sí alguien que por unos cuantos pesos me ahorraría no sólo el viaje al tiradero oficial, sino el dolor de la despedida.
Cada año es lo mismo. Quitar el árbol de navidad me cuesta trabajo, me pone de mal humor, que en mi caso, siempre es tristeza disfrazada. No hablo por algunas horas, la gente cree que estoy enojada y no es así, simplemente no hablo porque existe la posibilidad no muy remota de que llore y eso no me lo permito. El árbol de navidad representa una época del año maravillosa que he disfrutado enormemente desde que nacieron mis hijos y luego mis nietos. La familia se reúne, hago cenas, quedo exhausta, gasto hasta el último cinco en regalos y ha habido navidades en que no he recibido ninguno, pero siempre, la alegría de ver a toda la familia de fiesta ha sido superior a todos los contratiempos o situaciones incómodas que nunca faltan. Navidad. La espero desde siempre, cuento los días que faltan para la próxima, ya desde ahorita, el árbol aún está allí afuera tirado y ya estoy imaginando el siguiente diciembre.
Ahora prosigo con todo este desastre. Guardar en las cajas de plástico las esferas, las extensiones, los monitos de peluche, todo ya está bastante ajado. Las esferas han aguantado porque ahora ya no se quiebran, pero a las extensiones se les han fundido varios foquitos y los monitos de peluche merecerían una buena limpieza que por supuesto no haré ahorita. Hoy trato de ser más ordenada al guardar todo para que el próximo año sea más fácil la decoración, pero de nuevo, aparece ese sentimiento extraño, entre melancolía y tristeza. Fue un año duro este, bastante difícil y quiero mantener mi optimismo, de hecho es mi meta diaria, mantenerme a flote, ser fuerte y parecer fuerte porque creo que la forma es fondo y debo siempre sostener esa forma, estoica e inmutable.
Y ya guardado todo, vuelvo al sillón color naranja. El lugar que ocupaba el árbol se ve desolado, estaría bien poner una mesa allí con una lámpara de luz cálida. Lo haré más tarde, me digo, ahorita sólo quiero estar en rato en mi viejo sillón, acomodando los recuerdos de estos días. Ya no es lo mismo, lo sé. Los niños dejaron de ser niños, crecieron. Pero lo hicieron tan rápido que no me dieron tiempo de acostumbrarme. Esta navidad volví a poner los monos de peluche sobre las mesas. El mono de nieve que giraba, el Santoclos que se reía, los duendes que bailaban y cantaban. Recuerdo que se acababan las pilas de tanto que jugaban con los monos, primero mis hijos y luego mis ocho nietos se maravillaban con esa pequeña disnelandia que les montaba. Hoy ni siquiera los vieron. No pudieron mis monos de peluche, competir con sus teléfonos celulares.
Otro año más que se ha ido. Ausencias que duelen, el tiempo que pasa sin pedir permiso, sin avisar, sin piedad y sin pausa. He guardado todo y ha desaparecido la navidad de mi casa como por arte de magia. El año nuevo está aquí, con su prisa y anhelante. Vamos a caminarlo, vamos pues a correr tras las metas y los sueños renovados. Doce meses más y de nuevo, pondré mi árbol, renovaré las luces y haré algunos cambios. Los monos de peluche definitivamente quedarán descartados.